Las constelaciones familiares de Bert Hellinger:
un procedimiento psicoterapéutico en busca de identidad.
RESUMEN
El propósito general de este artículo es
describir la técnica psicoterapéutica de las constelaciones familiares, que
permanece casi desconocida en los países hispanohablantes mientras que en los
de lengua alemana está experimentando una propagación insólita. Se ofrece
también exposición y discusión de la fuerte controversia que la envuelve desde
su nacimiento. Se lleva a cabo en grupo y en una sola sesión, y consiste
básicamente en una reestructuración del esquema de la familia de origen del
cliente, el cual ha colocado en el centro de la estancia a algunos de los
participantes en la sesión, que actúan como representantes de los miembros de
su familia, de forma que configuran un árbol genealógico viviente. A pesar de
la enorme aceptación de la que goza, su eficacia aún está por ver y los
supuestos en los que se basa por comprobar. Con todo, algunos de sus elementos
son dignos de reflexión, como su particular encuadre de los problemas
psicológicos en una dimensión transgeneracional (diacrónica). Además, la
técnica en sí es novedosa y puede constituir una potente herramienta para
descubrir dinámicas significativas en las relaciones interpersonales.
En el variado paisaje de las terapias
psicológicas rara vez ha aparecido una opción con tanta fuerza expansiva y
tanto potencial de controversia como la llamada constelación familiar (versión
libre del alemán Familienaufstellung, cuya traducción literal sería más bien
colocación de la familia). Desde su aparición a mediados de los años ochenta ha
experimentado un éxito y una difusión inusitados. Según el listado de
direcciones disponible en Internet (www.bert-hellinger.de), en los países
germanohablantes se encuentran actualmente en activo más de 150 profesionales
formalmente acreditados que la practican, surgidos en poco más de una década. A
este éxito ha contribuido por una parte su rápida y relativamente sencilla
aplicación, y por otra el entusiasmo inmediato que despierta entre los
participantes. Debido probablemente a la barrera del idioma, la técnica de la
constelación familiar (en adelante, CF) aún es poco conocida en los países de
habla hispana. El salto intercultural se dará, probablemente, con escala en la
cultura anglosajona en la que ha empezado a introducirse ya. A pesar de su
éxito comercial, hasta hoy han sido pocos los intentos de validación empírica,
y también pocos o desafortunados los de encuadre teórico, con lo que permanecen
sin resolver muchas cuestiones de importancia. No es conocido si la técnica es
eficaz desde el punto de vista psicoterapéutico, y si lo es, para quién o en
qué circunstancias puede resultar beneficiosa. Tampoco está claro si los
presupuestos en los que se basa son sostenibles y si la técnica es congruente
con ellos. Algunos detractores entienden que se trata de un mero
entretenimiento que no merece ser clasificado como psicoterapia. Las críticas
son también encendidas en cuanto a cómo actúa y hasta qué punto lo hace y, en
todo caso, en qué escuela psicológica es posible encuadrarla. Así y todo, la
expansión sigue adelante levantando una importante polémica, no sólo clínica,
conceptual y epistemológica, sino también dirigida a la persona de su creador,
Bert Hellinger (nacido en 1925), ex misionero católico formado en el
psicoanálisis, al que se ha acusado de excesos ideológicos tales como
dogmatismo o antisemitismo, aunque para el propósito de este artículo tales
críticas vienen menos al caso (véase al respecto Weber, 2003). Ahora bien, aún
estando justificada la controversia, la CF merece una mirada y una reflexión.
Fundamentalmente, porque la satisfacción de sus clientes le concede el
beneficio de la duda acerca de sus posibles efectos sanadores. Y además, porque
aporta una perspectiva generalmente desestimada en las psicoterapias (y en la
psicología en general), que reconoce la transmisión, a través de las
generaciones, de conflictos, preocupaciones familiares y modos de comportarse
que derivan en, o de alguna forma determinan, los problemas psicológicos
actuales. Esta perspectiva “hereditaria” es estrictamente ajena a la
transmisión genética, pero tampoco se deja explicar por la historia de
aprendizaje de cada cual. A falta de una hipótesis clara, de la exposición de
sus autores (por ejemplo, Schäfer, 1997; Ulsamer, 1999) se deduce que tal
herencia posee más bien el carácter de una transmisión cultural. A tal
perspectiva se le debe conceder la duda de su interés clínico, sin perjuicio de
los reparos acerca de su plausibilidad o de la dificultad de comprobarla. El
ámbito de actuación propio de la CF lo constituyen los problemas personales, ya
sean de índole relacional, trastornos psicológicos propiamente dichos o
enfermedades médicas. Últimamente ha encontrado también utilidad en el ámbito
escolar, como instrumento para la solución de conflictos padres-escuela o
dentro del aula (FrankeGricksch, 2002).
Un campo de actuación igualmente reciente y que
parece prometedor es el de la consultoría de organizaciones y empresas. La información
obtenida a través de la aplicación de la técnica, que saca a la luz las
interacciones que caracterizan al sistema en cuestión, se utiliza como ayuda
para tomar decisiones, tanto relativas a recursos humanos como logísticas
(Weber, 2002). Aunque el manejo de la técnica es bastante similar para
cualquiera de estos ámbitos, la que se describe en el presente artículo se
refiere básicamente al primero de ellos.
EL PROCEDIMIENTO
Antes que nada, se describirá la forma de
proceder en la CF para que el lector pueda formarse una idea precisa de lo que
se está tratando. Es un procedimiento inusual en psicoterapia y puede recordar
ligeramente al psicodrama en su forma (Moreno, 1975), aunque no son técnicas
emparentadas. La CF siempre se realiza en grupo. Se trata de una terapia de
sesión única. Normalmente las sesiones tienen el formato de seminarios de dos o
tres días. Los participantes (entre veinte y treinta) acuden movidos por el
deseo de superar algún problema concreto, que puede variar por todo el espectro
del malestar psicológico. Dispuestos en círculo y por turnos, cada participante
expresa de viva voz y de forma muy breve en qué consiste tal demanda, para
pasar inmediatamente a configurar a su familia (a colocarla, según la
denominación original). Antes de empezar, el coordinador del grupo (por respeto
a la controversia se evitará aquí la denominación “terapeuta”) se informa
también sucintamente sobre la estructura de la familia, y de forma especial
sobre eventos pasados relevantes que el cliente pueda recordar: fallecimientos
prematuros, enfermedad mental, pérdidas importantes. A continuación, el cliente
elige de forma intuitiva entre el resto de los asistentes a los que
representarán a los miembros de su familia, incluido él mismo, pues durante la
configuración el interesado adopta un papel pasivo como observador externo de
la escena. En la representación toman parte sin excepción los padres y
hermanos, con frecuencia también abuelos, tíos u otros miembros cuya
participación el coordinador juzga conveniente, y con independencia de si están
con vida. Si es preciso, el proceso se remonta a cuantas generaciones el
cliente pueda recordar. En ocasiones intervienen también personas no
emparentadas o incluso circunstancias: puede elegirse un representante para una
enfermedad o para la ocupación laboral de algún miembro, para un accidente
acaecido, etcétera, siempre que el coordinador lo considere determinante para
la comprensión de una constelación familiar concreta. Muy chocante resulta para
el profano que todos los familiares fallecidos tempranamente, los bebés nacidos
muertos, e incluso en ocasiones los abortos deben estar representados en la
constelación (en el próximo apartado se verá la razón de este proceder
aparentemente macabro). Una función especialmente importante la desempeñan
también todos aquellos parientes que por algún motivo especial (alcoholismo,
homosexualidad, crimen, enfermedad) fueron en su momento excluidos de la
familia. También las parejas anteriores de padres y abuelos pueden ser representados,
sobre todo si desaparecieron del panorama familiar por fallecimiento o por
cualquier otra circunstancia forzosa o no deseada. Una vez elegidos los
participantes que actuarán en la configuración, y puestos éstos en pie, esperan
a ser “colocados” por el interesado. Para ello, éste los empuja suavemente por
la espalda hasta lograr para cada uno de ellos una determinada posición y
orientación en la estancia. Cuando todos los representantes han sido colocados
se observa una primera configuración de la familia, caracterizada por las
posiciones relativas de unos miembros respecto de otros, y que se supone la
proyección de la imagen que el cliente tiene de ella. Tras dejarla actuar unos
segundos sobre los representantes, el coordinador pregunta a cada uno de ellos
cómo se encuentra en esa ubicación y orientación concreta, lo que incluye
emociones, sensaciones corporales y especialmente posibles tensiones
percibidas. Esta pregunta está formulada en un sentido gestáltico, puesto que
los representantes deben expresar el puro sentir aquí y ahora, sin aderezarlo
ni contaminarlo con explicaciones, razonamientos o justificaciones de ningún
tipo. Como respuesta a este sentir, y siempre bajo la dirección del
coordinador, la configuración inicial va cambiando poco a poco a través de
reposicionamientos, hasta que se logra un grado de bienestar aceptado por
todos. El proceso puede revelar que algún personaje importante fue omitido al
inicio, en ese caso otros participantes son invitados a sumarse a la escena.
Cuando se llega a la configuración final (lo que se llama la solución), el
interesado se incorpora tomando el lugar de su representante. Los cambios que
han sucedido y la imagen final de la familia suelen resultar altamente
significativos para el cliente, que por lo general manifiesta sentirse
finalmente aliviado y haber conseguido un importante grado de comprensión y de
implicación con sus circunstancias familiares. Es frecuente que se sienta
emocionalmente muy conmovido, pero no sólo él o ella. Sorprende la facilidad con
la que intensas emociones e incluso lágrimas fluyen entre los propios
representantes. La configuración de una familia se remata con la pronunciación
de algunas frases sencillas, que poseen un cierto carácter ritual y que están
encaminadas a clarificar relaciones. Se puede sugerir, por ejemplo, que una
hija le diga a su madre (recordemos que estamos hablando de representantes y no
de madres e hijas reales): «yo sólo soy la hija, los problemas de tu matrimonio
son cosa tuya», o que un hombre dirija a la primera esposa fallecida de su
padre: «gracias a tu muerte he podido nacer yo y te honro por eso». La reacción
de los otros miembros a la pronunciación de estas frases sirve para evaluar si
sus contenidos son acertados, y si las tensiones se han aliviado. Si ello es
así, los cambios en la configuración habrán tenido un efecto positivo en el
interesado. Todo el proceso puede durar entre 15 minutos y una hora. Aunque no
es tan habitual, también es posible configurar la familia actual en lugar de la
de origen siguiendo el mismo proceder. Para sintetizar lo dicho hasta ahora
puede decirse que, según la idea general de la CF, cada miembro de una familia
debe ocupar un determinado puesto respecto de los demás, en el que se sienta
aceptado y respetado, y asumir las responsabilidades y funciones que le son
propios (pero no más). En el transcurso de una CF, los lugares físicos que
ocupan los representantes se consideran una metáfora de este orden familiar, o
para ser exactos, de la imagen que el cliente tiene de ese orden. Así, la
asunción terapéutica básica mantiene que, a través de la CF, esta imagen
cambiará para bien, es decir, en la dirección de aliviar tensiones y
distorsiones y procurando así un efecto sanador.
LAS IDEAS DE FONDO
Si se tiene en cuenta la formación
psicoanalítica de su creador, no sorprende que los supuestos básicos de la CF
posean un marcado carácter psicodinámico, aunque no intrapsíquico sino
colectivo, donde la colectividad está constituida por la familia, con especial
referencia a los miembros precedentes. También el esquema terapéutico que
maneja la CF recuerda intensamente al psicoanálisis, puesto que se trata de
sacar a la luz contenidos inconscientes o no expresamente conocidos (aunque el
dominio de esos contenidos sea la familia diacrónicamente considerada, y no una
psique individual) y transformarlos a través de una vivencia controlada en la
sesión terapéutica. Es conveniente aclarar que las ideas de fondo de la CF no
han sido hasta ahora expuestas sistemáticamente, esto es, formuladas en forma
de proposiciones que compongan un modelo, ni en forma de hipótesis que se
pretenda verificar (de hecho, como veremos, este es el problema que primero
deberían resolver sus autores).
El principal referente teórico lo constituye la
obra del propio Hellinger (por ejemplo: Hellinger, 1994; Hellinger y ten Hövel,
1996), que dista de ser sistemática. Otros autores básicos (Schäfer, 1997;
Ulsamer, 1999; Weber, 1999) ofrecen una panorámica completa pero más
divulgativa que profesional. Se quiere decir con esto que las afirmaciones que
se harán a continuación han sido deducidas libremente de la lectura de tales
obras, y que no es pretensión de estas páginas llevar a cabo tal
sistematización. Un excelente resumen en inglés de los conceptos básicos de
Hellinger puede encontrarse en Stiefel, Harris y Zollmann (2002).
Desde un punto de vista descriptivo, la CF
sostiene como idea principal que determinados hechos impactantes tienen un
efecto residual en todos los miembros de la familia en la que ocurren, y que
las dinámicas no resueltas que persisten tras tales hechos se transmiten a
generaciones posteriores. Se trata de una herencia sutil e inconsciente de
obligaciones que fueron contraídas por familiares precedentes, y que viajan a
través de las generaciones formando parte del acervo cultural familiar. La
asunción, también inconsciente, por parte de un miembro posterior de una tal
obligación es lo que se llama un enredo (Verstrickung, que en algunos textos en
castellano se ha traducido por implicación, por ejemplo Weber, 1999). El
cliente paga así las consecuencias de conflictos no resueltos originados por
hechos, que no vivió. Otra forma de enredo consiste en la identificación del
cliente con otro familiar ya desaparecido, de forma también involuntaria sin
que le sea conocido. Suele tratarse de ascendientes que sufrieron un sino
especial en su vida, como el abandono, la muerte prematura, la comisión de un
crimen, etcétera. Mediante esta identificación, consistente por ejemplo en
asumir maneras de comportarse similares, el miembro actual reintroduce en el
sistema, por así decir, al miembro anterior que en su día estuvo excluido o
ausente. Ésta es la razón por la que el coordinador de las sesiones se interesa
sobre todo por los acontecimientos traumáticos pasados y llama a representar
especialmente a sus protagonistas.
Así se entiende que la muerte (como hemos visto,
también en el vientre materno) adquiera un papel fundamental en las
configuraciones, al constituir el trauma por antonomasia de la vida familiar.
Veamos algunos ejemplos de enredos: (1) un embarazo no deseado que conduce a un
matrimonio infeliz puede derivar en un sentimiento de culpa del hijo por la
infelicidad de los padres; (2) las ideas suicidas y el comportamiento
autodestructivo de un adolescente pueden entenderse como solidaridad con un
hermano muerto en accidente a edad muy temprana; (3) la actitud agresiva de una
mujer hacia su pareja puede ser la expresión de la ira reprimida de una
ascendiente maltratada por su esposo; (4) una mujer joven incapaz de mantener
relaciones amorosas estables puede estar identificándose con una antigua novia
del padre, que en su día fue abandonada por él de forma injusta. Pues bien,
siguiendo la lógica de la CF, es posible no sólo descubrir sino también
deshacer tales enredos a través de la técnica antes expuesta. La dinámica que
se desarrolla durante la representación familiar revelará los posibles enredos
y otras relaciones perjudiciales mediante las sensaciones vividas por los
representantes. Si dos personas están efectivamente “enredadas”, sus
representantes en la configuración manifestarán ese vínculo a través de una
atracción mutua. Los autores de la CF, y ésta es tal vez su tesis más
arriesgada, aseguran que los puestos que ocupan los representantes poseen su
propia identidad y fuerza, de manera que experimentarán durante la constelación
las mismas sensaciones que las personas a las que representan. La descripción
de este fenómeno y las explicaciones que para él se han propuesto son
francamente insatisfactorias, como se expondrá detalladamente en el próximo
apartado. Como quiera que sea, los cambios que el coordinador va introduciendo
en la configuración de la familia y las frases rituales que se pronuncian al
final permiten romper los enredos, diluir conexiones negativas, o aclarar
actitudes respecto a otros miembros de la familia. En definitiva, la CF
lograría una reconciliación con la historia familiar y con sus protagonistas.
El coordinador dirige estos cambios basándose en un determinado -y como
veremos, también muy controvertido- “orden” familiar, consistente en un
conjunto de normas que, para bien ser, deben regir el funcionamiento de
cualquier familia. Una de estas normas es la integridad: todos los miembros
deben estar integrados en la familia y ser reconocidos por los demás, las
exclusiones generan tensión y enredos. Otra es la tendencia a equilibrar los
saldos de pérdidas y ganancias. Si alguien obtiene un beneficio perderá algo
por otro lado, y si no, serán los descendientes quienes ajusten el balance. Otra
se refiere al rango: los miembros anteriores tienen prioridad sobre los más
jóvenes, lo que quiere decir por ejemplo que los hijos siempre deben honrar a
padres y abuelos pero no necesariamente al revés, o que el hijo primogénito
tiene prioridad sobre sus hermanos. Basten éstas como ilustración.
Para una exposición más completa puede acudirse
a Hellinger (por ejemplo, Hellinger, 1996; Hellinger, Weber y Beaumont, 1998),
o al texto traducido al castellano de Weber (1999). Resulta obvio que la CF
considera el vínculo familiar y el sentimiento de pertenencia de sus miembros
como la variable psicológica básica, con independencia del grado de estabilidad
del vínculo que de hecho exista o de la opinión que uno tenga al respecto.
Existe una tendencia fuerte y natural a mantener
un vínculo familiar saludable, sin el cual será difícil experimentar bienestar
psicológico o mantener vínculos saludables con otras personas. Y la salubridad
de la familia se mide en términos del orden antes mencionado, es decir, depende
de la medida en que cada miembro ocupe su lugar y asuma sus responsabilidades
en el sistema, y se sienta integrado y respetado en él.
LAS CRÍTICAS Eficacia de la CF
Comenzaremos por revisar la eficacia de la CF
como procedimiento terapéutico, puesto que al margen de cualquier otro
particular -y hay muchos discutibles en la CF cuando de una terapia se trata, y
más si el cliente paga por recibirla, lo primero es constatar si realmente
cumple su objetivo. Ya hemos hecho alusión a la manifiesta satisfacción que experimentan
los participantes en estos seminarios, lo que sin duda explica la rapidez con
que se extiende la práctica de los mismos, sólo posible gracias a una buena
promoción boca-a-boca. Los libros y videocasetes de Hellinger y sus autores
afines disfrutan también de una excelente salida en el mercado, a juzgar por su
notable presencia en librerías no especializadas, lo que da cuenta de una
vertiente casi mediática de fenómeno de las CF (véase, por ejemplo, Keupp,
2003). Pero éxito mediático no significa eficacia terapéutica, y pocos han sido
hasta ahora los intentos serios de comprobarla. Bien es verdad que las
propuestas terapéuticas que no surgen en el seno de un paradigma psicológico
bien representado académicamente (como son el conductismo o el cognitivismo, si
acaso también el psicoanálisis) suelen disponer de menos datos comparados que
las avalen. El interés académico por la CF comienza ahora, con el lógico
retraso respecto al interés clínico. Por eso, los estudios contrastados aún no
son abundantes ni sus resultados concluyentes. El más ambicioso de ellos lo
constituye la tesis doctoral de Höppner (2001), que en un diseño
cuasi-experimental busca cambios en una muestra de 85 clientes tras someterse a
esta terapia. Como suposición de base, Höppner mantiene que el cambio
psicológico inducido por una CF se produce a través de un cambio de la imagen
interna de la familia. En consonancia con esta suposición, el trabajo está
diseñado para detectar cambios en ciertos parámetros cognitivos, como el
concepto y aceptación de uno mismo, sentido de coherencia o locus de control.
También mide el bienestar psicológico antes y después de la terapia, y
encuentra mejoras significativas en un periodo de seguimiento de cuatro meses.
Esta disminución del malestar es más significativa cuanto más específica, es
decir, cuanto más relacionada con la demanda concreta que llevó a la
participación en la CF. Un dato clínico interesante que aporta este trabajo es
que aquellos clientes cuyo estado de partida es un malestar psicológico leve o
mediano se benefician más de la CF que aquellos que acuden con una carga
severa. En todo caso, en un estudio de estas características sería deseable un
periodo de seguimiento más largo. Aparte de este trabajo (cuyos resultados no
ha sido publicados hasta hoy en ninguna revista especializada), no se
encuentran disponibles más datos sobre la eficacia de la técnica. Sí es posible
encontrar numerosas referencias a logros en pacientes concretos, pero
constituyen relatos anecdóticos que no cumplen los requisitos de lo que se
entiende por un estudio de caso. Los postulados de la CF Como punto de partida,
baste repetir que los postulados de la CF deberían ser formulados de forma que
puedan refutarse, mientras tanto estarán saltándose el principio más básico del
pensamiento científico.
La base teórica de la CF parece moverse más bien
en el terreno de lo dogmático, donde el criterio verdad o falsedad reside en la
autoridad de quien expone las ideas y no en su consistencia lógica o su
potencia como modelo explicativo. De hecho, los conceptos enunciados por
Hellinger no son discutidos ni han sido comprobados, lo cual no les resta
interés pero sí validez. Algunas cuestiones serían además muy sencillas de
comprobar, lo que despierta la sospecha de que el no hacerlo responde más a
desinterés científico que a la falta de medios o a dificultades metodológicas.
Veamos un ejemplo referido al concepto psicopatológico central de la CF: el
enredo. Según éste, los fallecimientos tempranos suponen un trauma familiar tal
que predisponen al sufrimiento de los que quedan con vida, sobre todo los
hermanos del fallecido, y este sufrimiento tiene el sentido de seguir al
hermano muerto (Hellinger y ten Hövel, 1996; Schäfer, 1997; Ulsamer, 1999).
No es difícil formular esta idea operativamente
y con ánimo de comprobación: en aquellas familias en las que ha fallecido un
niño, los hermanos vivos padecerán más trastornos depresivos o mostrarán más
comportamientos temerarios que en las familias en las que esto no ha ocurrido.
Este lenguaje brilla por su ausencia en la literatura de la CF. Antes de poder
discutir con seriedad acerca del concepto de enredo, es imprescindible que
hipótesis como ésta sean sometidas a prueba. La falta de comprobación resulta
casi bochornosa cuando se analiza el fenómeno de la supuesta transferencia de
conocimiento a los representantes en la configuración. Todo el procedimiento de
la CF se basa en la convicción de que cada puesto en la constelación guarda una
identidad propia y característica, y que los representantes son un medio para
revelarla. Es más, Hellinger y sus autores afines afirman sin ningún reparo que
esta identidad es la de la persona real a la que se está representando. En
consecuencia, los representantes sienten y perciben igual que lo hacen (o hacían)
los representados, que emergen y se manifiestan a través de ellos. Sobran los
comentarios acerca de la envergadura de tal afirmación. Los defensores de esta
idea se dan por satisfechos con confirmarla a través de sus vivencias clínicas.
Por ejemplo, Ulsamer (1999), un autor con una amplia experiencia como
terapeuta, explica cómo los clientes, que atienden siempre con vivísimo interés
a lo que ocurre durante su constelación, raramente dan a entender que las
declaraciones de los representantes sean inexactas. Esto confirmaría nada menos
que el acceso de los representantes a una realidad que ha permanecido oculta a
los demás (p. 99). Este generoso salto argumentativo se justifica recurriendo a
un concepto llamado campo de conocimiento (knowing field) o campo
morfogenético. Está tomado de la biología y fue formulado en los años ochenta
por Sheldrake (1981) con la intención de dar cuenta de ciertos fenómenos
observables en sistemas complejos que resultan difícilmente explicables con los
modelos mecanicistas al uso. Se refiere a campos de información -que no de
energía ni de materia- difíciles de constatar pero cuya existencia se infiere,
que ejercen influencia sobre la forma en que se auto-organizan determinados
sistemas, modificando la probabilidad de que ocurran sucesos en principio
aleatorios. La propia teoría de Sheldrake es controvertida en biología, lo que
no parece molestar a los autores de la CF, que la dan por sentada. En los
textos es manejada, más que otra cosa, como un concepto sonoro que se deja caer
según convenga, sin profundizar en su pertinencia ni justificar su
aplicabilidad a contextos clínicos. Con independencia de lo (poco) acertado de
estas explicaciones, el problema principal radica simplemente en que no sabemos
si hay o no algo que explicar. En este punto es absolutamente necesaria una
constatación empírica, objetiva y contrastada que demuestre, para empezar, si
diferentes personas en los mismos puestos (o sea, representando a la misma
persona) experimentan o no sensaciones parecidas. No basta con la impresión del
coordinador, sujeto igual que los participantes al sesgo inherente a una sesión
clínica, y que por lo demás no suele repetir constelaciones. En la literatura
no existen referencias a un intento así. Mientras esto no se compruebe, sobran
las explicaciones, sean de tipo místico, fenomenológico o cosmológico, como
incluso sugieren Stiefel, Harris y Zollmann (2002). Hasta entonces, lo más
honesto será pensar que los clientes tienden a percibir y a atender a aquellas
manifestaciones de los representantes que para ellos resultan significativas,
además de que la propia información disponible in situ sobre el sistema
familiar pueda marcar tendencias en el sentir de quien está participando en el
juego. Tal planteamiento no resta fuerza o eficacia al procedimiento, aunque
tal vez sí fascinación. El orden de las familias Se ha acusado a Hellinger y a
sus defensores de querer imponer a las familias las normas, que a ellos les
parecen correctas. Axiomas tales como que los hijos deben honrar incondicionalmente
a los padres, que bajo ningún concepto nadie debe ser excluido de una familia,
que el abandono de la patria tiene consecuencias negativas (Hohnen y Ulsamer,
2001), han sido calificados de reaccionarios, encasilladores y
antiemancipativos (Weber, 2003; Keupp, 2003). En efecto, lo que Hellinger llama
órdenes del amor (Hellinger, 1994) supone una normativa familiar aplicable de
forma universal sin necesidad de reflexión o análisis. Veamos un ejemplo. Según
este conjunto de normas, un embarazo extramatrimonial implica automáticamente
una nueva familia, y ésta tiene en cualquier caso preferencia sobre la
anterior. Conforme a ello, viéndose uno ante tal coyuntura no cabe otra salida,
si es que se desea evitar el sufrimiento a largo plazo (léase enredos), que la
unión de los nuevos padres y el abandono de las familias anteriores. En este
punto Hellinger se lo ha puesto muy fácil a sus críticos, pues el pretender una
única solución posible, y además predeterminada, a problemas humanos tan
complejos, puede ser calificado como mínimo de simpleza. Incluso se ha juzgado
contraproducente la participación en las CF, por dar precisamente la espalda a
la complejidad y cerrar a los clientes vías razonadas e idiosincrásicas de
manejar su malestar y sus problemas (Keupp, 2003). El encuadre teórico Una
última cuestión merece ser comentada por su importancia académica. Existe una
tendencia cada vez más acusada por parte de los autores de la CF a clasificarla
entre las terapias sistémicas, cuestión con la que no todos los sistémicos
están de acuerdo (Simon y Rezter, 1998). Algunos elementos sí coinciden en
ambos enfoques. El más evidente es el peso fundamental que conceden a la
familia en los problemas humanos y la necesidad de tenerla en cuenta para sus
soluciones. La CF defiende además una concepción ciertamente sistémica de las
familias, en tanto que las entiende en función de la conexión y el equilibrio
dinámico entre los componentes, de manera que un movimiento en uno de ellos
tendrá efectos en todos los demás.
Las terapias sistémicas, sin embargo, no suelen
interesarse por movimientos procedentes del pasado, que son en cambio la base
tanto argumental como práctica de la CF. La semejanza termina aquí. De hecho,
la asunción por parte de la CF del orden propuesto por Hellinger es
incompatible con la epistemología sistémica, que muy al contrario parte de la
idea constructivista de que existen tantas realidades posibles -ninguna más
cierta ni más acertada- como personas perciban el mundo (por ejemplo,
Watzlawick, 1998). Y en lo que se refiere al formato, la CF difiere
notoriamente de cualquiera de las propuestas sistémicas de terapia. Entre otras
cosas, en la CF no llega a existir entre terapeuta y cliente una relación
psicoterapéutica en sentido estricto, razón de forma por la que algunos
críticos rechazan que la CF merezca ser considerada como psicoterapia. Por lo
demás, la psicología sistémica, desde que comenzara su existencia en los años
50 del pasado siglo, impulsada por las nuevas teorías de la comunicación y la cibernética
-pasado que no comparte la CF- se ha mantenido siempre dentro de las reglas del
juego científico, sometiendo sus postulados a discusión y refutación.
CONCLUSIONES Y VALORACIÓN
Algunas particularidades de la CF, pero sobre
todo la actitud de algunos de sus autores y practicantes, hacen que su imagen
pública esté teñida de un cierto esoterismo y que se le atribuyan propiedades
casi mágicas. Con ello se ganan seguramente clientes con más celeridad, pero
también se corre el peligro de despertar rechazo -como de hecho es el caso- en
ambientes no legos, y de que sus elementos aprovechables queden diluidos en el
aura de misterio. Despojarse de ese talante enigmático favorecería enormemente
su justa valoración y el reconocimiento de sus logros. Como hemos visto, la
corriente sistémica desmiente que la CF pueda ser catalogada entre sus
terapias, aunque ambas coincidan en el acertado reconocimiento de la familia
como el contexto en el que los trastornos psicológicos cobran sentido. Lo
inusual de la CF es entender la función del síntoma como equilibrador de
traumas pasados y vividos por otros. La utilidad clínica de esta consideración
merece ser revisada, puesto que la tesis inicial de la CF es ciertamente
plausible. Es indiscutible que acontecimientos negativos importantes del pasado
familiar pueden tener consecuencias para los parientes venideros, incluso
determinar de forma importante la organización actual del sistema familiar y el
carácter de las relaciones entre sus miembros.
La CF llama la atención así sobre la
conveniencia de un modelo que permita integrar eventos pasados en la
comprensión de las circunstancias familiares actuales. Sin embargo, el modelo
que propone la CF se cierra a sí mismo, pues se declara autosuficiente para
detectar en unos pocos minutos la causa del hecho patológico (el enredo), y del
mismo tirón hallarle solución (la imagen modificada de la constelación
familiar). De nuevo ha surgido una propuesta con ánimo de independencia teórica
dentro de lo que Pérez Álvarez (2003) llama “confusión de lenguas de la
psicología clínica”, donde cada modelo psicoterapéutico ofrece una comprensión
completa de lo que trata, irreconciliable con los demás enfoques, que desde el
punto de vista conceptual estarían de sobra. En cuanto al edificio teórico que
sustenta la CF, dos cosas serían urgentemente necesarias: su sistematización
(esto es, formular sus proposiciones de forma que sean manejables), y su
filtrado a través de pruebas empíricas. Es cierto que la psicología
contemporánea no siempre ha respetado el principio de que las teorías deben
formularse en estrecha conexión con los hechos (Wilson, 2001), de modo que esta
crítica puede ser vertida también sobre otros enfoques y modelos. Pero el caso
de la CF es particularmente estridente, puesto que las ideas de Hellinger
presentan más bien el aspecto de una normativa a la manera de los mandamientos
(tal vez influya el hecho de que viviera 25 años como religioso), talante que
se manifiesta también en la falta de discusión sobre ellas. Es posible que tengan
valor para la comprensión de ciertas reglas que rigen el funcionamiento de las
familias, pero hasta hoy distan mucho de constituir un modelo al que atenerse
en teoría, práctica o investigación. La critica especialmente dura que se ha
hecho en estas páginas del concepto de los “campos de conocimiento” no tiene
que ver con una actitud de defensa del positivismo, sino de la simple
congruencia en los planteamientos. No se niega la existencia de una tal fuente
de información, de la que los representantes podrían ser tributarios, lo que se
niega es que haya pruebas de tal tributo, y lo que se critica, en consecuencia,
es que se actúe como si las hubiera. La ciencia está acostumbrada a manejar
fenómenos que de entrada no entiende. De hecho, ésa es su competencia. Pero lo
primero de todo es constatar tales fenómenos. A partir de ese momento serán
bienvenidas todas las teorías que puedan aclararlo, por rupturistas que sean
con la ortodoxia. En resumen, en el futuro la CF debería presentar pruebas de
sus postulados y evaluar la eficacia del procedimiento con seguimientos a medio
y largo plazo. Sólo así será posible valorarla en su justa medida. La
investigación futura pide saber qué alcance tienen sus beneficios y en qué
casos éstos son más significativos. De momento todo parece indicar que el
efecto que se genera en los clientes, aunque tal vez importante, no es
duradero. En principio, y hasta que se demuestre lo contrario, hay que pensar
que las soluciones a los problemas psicológicos, sin menoscabo del papel que el
pasado de la familia pueda tener en ellos, están más ligadas a las
circunstancias presentes, en las que la CF no introduce cambios, si acaso
indirectos a través de los cambios de la imagen familiar privada del cliente.
La técnica propiamente dicha es probablemente un instrumento eficaz para sacar
a la luz dinámicas familiares significativas, y tal vez resulte especialmente
útil para trabajar con familias con estructuras complejas. Un interesante
acercamiento futuro consistiría en utilizar la información proveniente de la CF
para emprender acciones o cambios en la vida real, aunque para ello sería
necesario un modelo que proporcione las pautas para sugerir tales cambios, que
de momento no existe. Del mismo modo, otras terapias podrían beneficiarse de la
CF como un instrumento complementario destinado a revelar relaciones
significativas o dinámicas familiares que puedan ser objeto de trabajo
psicoterapéutico.
Yolanda Alonso* Universidad de Almería, España *
Correspondencia: Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento
Psicológico, Universidad de Almería, 04120 Almería, España.
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