miércoles, 16 de enero de 2019

LAS CONSTELACIONES FAMILIARES DE BERT HELLINGER




Las constelaciones familiares de Bert Hellinger: un procedimiento psicoterapéutico en busca de identidad.

RESUMEN
El propósito general de este artículo es describir la técnica psicoterapéutica de las constelaciones familiares, que permanece casi desconocida en los países hispanohablantes mientras que en los de lengua alemana está experimentando una propagación insólita. Se ofrece también exposición y discusión de la fuerte controversia que la envuelve desde su nacimiento. Se lleva a cabo en grupo y en una sola sesión, y consiste básicamente en una reestructuración del esquema de la familia de origen del cliente, el cual ha colocado en el centro de la estancia a algunos de los participantes en la sesión, que actúan como representantes de los miembros de su familia, de forma que configuran un árbol genealógico viviente. A pesar de la enorme aceptación de la que goza, su eficacia aún está por ver y los supuestos en los que se basa por comprobar. Con todo, algunos de sus elementos son dignos de reflexión, como su particular encuadre de los problemas psicológicos en una dimensión transgeneracional (diacrónica). Además, la técnica en sí es novedosa y puede constituir una potente herramienta para descubrir dinámicas significativas en las relaciones interpersonales.
En el variado paisaje de las terapias psicológicas rara vez ha aparecido una opción con tanta fuerza expansiva y tanto potencial de controversia como la llamada constelación familiar (versión libre del alemán Familienaufstellung, cuya traducción literal sería más bien colocación de la familia). Desde su aparición a mediados de los años ochenta ha experimentado un éxito y una difusión inusitados. Según el listado de direcciones disponible en Internet (www.bert-hellinger.de), en los países germanohablantes se encuentran actualmente en activo más de 150 profesionales formalmente acreditados que la practican, surgidos en poco más de una década. A este éxito ha contribuido por una parte su rápida y relativamente sencilla aplicación, y por otra el entusiasmo inmediato que despierta entre los participantes. Debido probablemente a la barrera del idioma, la técnica de la constelación familiar (en adelante, CF) aún es poco conocida en los países de habla hispana. El salto intercultural se dará, probablemente, con escala en la cultura anglosajona en la que ha empezado a introducirse ya. A pesar de su éxito comercial, hasta hoy han sido pocos los intentos de validación empírica, y también pocos o desafortunados los de encuadre teórico, con lo que permanecen sin resolver muchas cuestiones de importancia. No es conocido si la técnica es eficaz desde el punto de vista psicoterapéutico, y si lo es, para quién o en qué circunstancias puede resultar beneficiosa. Tampoco está claro si los presupuestos en los que se basa son sostenibles y si la técnica es congruente con ellos. Algunos detractores entienden que se trata de un mero entretenimiento que no merece ser clasificado como psicoterapia. Las críticas son también encendidas en cuanto a cómo actúa y hasta qué punto lo hace y, en todo caso, en qué escuela psicológica es posible encuadrarla. Así y todo, la expansión sigue adelante levantando una importante polémica, no sólo clínica, conceptual y epistemológica, sino también dirigida a la persona de su creador, Bert Hellinger (nacido en 1925), ex misionero católico formado en el psicoanálisis, al que se ha acusado de excesos ideológicos tales como dogmatismo o antisemitismo, aunque para el propósito de este artículo tales críticas vienen menos al caso (véase al respecto Weber, 2003). Ahora bien, aún estando justificada la controversia, la CF merece una mirada y una reflexión. Fundamentalmente, porque la satisfacción de sus clientes le concede el beneficio de la duda acerca de sus posibles efectos sanadores. Y además, porque aporta una perspectiva generalmente desestimada en las psicoterapias (y en la psicología en general), que reconoce la transmisión, a través de las generaciones, de conflictos, preocupaciones familiares y modos de comportarse que derivan en, o de alguna forma determinan, los problemas psicológicos actuales. Esta perspectiva “hereditaria” es estrictamente ajena a la transmisión genética, pero tampoco se deja explicar por la historia de aprendizaje de cada cual. A falta de una hipótesis clara, de la exposición de sus autores (por ejemplo, Schäfer, 1997; Ulsamer, 1999) se deduce que tal herencia posee más bien el carácter de una transmisión cultural. A tal perspectiva se le debe conceder la duda de su interés clínico, sin perjuicio de los reparos acerca de su plausibilidad o de la dificultad de comprobarla. El ámbito de actuación propio de la CF lo constituyen los problemas personales, ya sean de índole relacional, trastornos psicológicos propiamente dichos o enfermedades médicas. Últimamente ha encontrado también utilidad en el ámbito escolar, como instrumento para la solución de conflictos padres-escuela o dentro del aula (FrankeGricksch, 2002).
Un campo de actuación igualmente reciente y que parece prometedor es el de la consultoría de organizaciones y empresas. La información obtenida a través de la aplicación de la técnica, que saca a la luz las interacciones que caracterizan al sistema en cuestión, se utiliza como ayuda para tomar decisiones, tanto relativas a recursos humanos como logísticas (Weber, 2002). Aunque el manejo de la técnica es bastante similar para cualquiera de estos ámbitos, la que se describe en el presente artículo se refiere básicamente al primero de ellos.

EL PROCEDIMIENTO
Antes que nada, se describirá la forma de proceder en la CF para que el lector pueda formarse una idea precisa de lo que se está tratando. Es un procedimiento inusual en psicoterapia y puede recordar ligeramente al psicodrama en su forma (Moreno, 1975), aunque no son técnicas emparentadas. La CF siempre se realiza en grupo. Se trata de una terapia de sesión única. Normalmente las sesiones tienen el formato de seminarios de dos o tres días. Los participantes (entre veinte y treinta) acuden movidos por el deseo de superar algún problema concreto, que puede variar por todo el espectro del malestar psicológico. Dispuestos en círculo y por turnos, cada participante expresa de viva voz y de forma muy breve en qué consiste tal demanda, para pasar inmediatamente a configurar a su familia (a colocarla, según la denominación original). Antes de empezar, el coordinador del grupo (por respeto a la controversia se evitará aquí la denominación “terapeuta”) se informa también sucintamente sobre la estructura de la familia, y de forma especial sobre eventos pasados relevantes que el cliente pueda recordar: fallecimientos prematuros, enfermedad mental, pérdidas importantes. A continuación, el cliente elige de forma intuitiva entre el resto de los asistentes a los que representarán a los miembros de su familia, incluido él mismo, pues durante la configuración el interesado adopta un papel pasivo como observador externo de la escena. En la representación toman parte sin excepción los padres y hermanos, con frecuencia también abuelos, tíos u otros miembros cuya participación el coordinador juzga conveniente, y con independencia de si están con vida. Si es preciso, el proceso se remonta a cuantas generaciones el cliente pueda recordar. En ocasiones intervienen también personas no emparentadas o incluso circunstancias: puede elegirse un representante para una enfermedad o para la ocupación laboral de algún miembro, para un accidente acaecido, etcétera, siempre que el coordinador lo considere determinante para la comprensión de una constelación familiar concreta. Muy chocante resulta para el profano que todos los familiares fallecidos tempranamente, los bebés nacidos muertos, e incluso en ocasiones los abortos deben estar representados en la constelación (en el próximo apartado se verá la razón de este proceder aparentemente macabro). Una función especialmente importante la desempeñan también todos aquellos parientes que por algún motivo especial (alcoholismo, homosexualidad, crimen, enfermedad) fueron en su momento excluidos de la familia. También las parejas anteriores de padres y abuelos pueden ser representados, sobre todo si desaparecieron del panorama familiar por fallecimiento o por cualquier otra circunstancia forzosa o no deseada. Una vez elegidos los participantes que actuarán en la configuración, y puestos éstos en pie, esperan a ser “colocados” por el interesado. Para ello, éste los empuja suavemente por la espalda hasta lograr para cada uno de ellos una determinada posición y orientación en la estancia. Cuando todos los representantes han sido colocados se observa una primera configuración de la familia, caracterizada por las posiciones relativas de unos miembros respecto de otros, y que se supone la proyección de la imagen que el cliente tiene de ella. Tras dejarla actuar unos segundos sobre los representantes, el coordinador pregunta a cada uno de ellos cómo se encuentra en esa ubicación y orientación concreta, lo que incluye emociones, sensaciones corporales y especialmente posibles tensiones percibidas. Esta pregunta está formulada en un sentido gestáltico, puesto que los representantes deben expresar el puro sentir aquí y ahora, sin aderezarlo ni contaminarlo con explicaciones, razonamientos o justificaciones de ningún tipo. Como respuesta a este sentir, y siempre bajo la dirección del coordinador, la configuración inicial va cambiando poco a poco a través de reposicionamientos, hasta que se logra un grado de bienestar aceptado por todos. El proceso puede revelar que algún personaje importante fue omitido al inicio, en ese caso otros participantes son invitados a sumarse a la escena. Cuando se llega a la configuración final (lo que se llama la solución), el interesado se incorpora tomando el lugar de su representante. Los cambios que han sucedido y la imagen final de la familia suelen resultar altamente significativos para el cliente, que por lo general manifiesta sentirse finalmente aliviado y haber conseguido un importante grado de comprensión y de implicación con sus circunstancias familiares. Es frecuente que se sienta emocionalmente muy conmovido, pero no sólo él o ella. Sorprende la facilidad con la que intensas emociones e incluso lágrimas fluyen entre los propios representantes. La configuración de una familia se remata con la pronunciación de algunas frases sencillas, que poseen un cierto carácter ritual y que están encaminadas a clarificar relaciones. Se puede sugerir, por ejemplo, que una hija le diga a su madre (recordemos que estamos hablando de representantes y no de madres e hijas reales): «yo sólo soy la hija, los problemas de tu matrimonio son cosa tuya», o que un hombre dirija a la primera esposa fallecida de su padre: «gracias a tu muerte he podido nacer yo y te honro por eso». La reacción de los otros miembros a la pronunciación de estas frases sirve para evaluar si sus contenidos son acertados, y si las tensiones se han aliviado. Si ello es así, los cambios en la configuración habrán tenido un efecto positivo en el interesado. Todo el proceso puede durar entre 15 minutos y una hora. Aunque no es tan habitual, también es posible configurar la familia actual en lugar de la de origen siguiendo el mismo proceder. Para sintetizar lo dicho hasta ahora puede decirse que, según la idea general de la CF, cada miembro de una familia debe ocupar un determinado puesto respecto de los demás, en el que se sienta aceptado y respetado, y asumir las responsabilidades y funciones que le son propios (pero no más). En el transcurso de una CF, los lugares físicos que ocupan los representantes se consideran una metáfora de este orden familiar, o para ser exactos, de la imagen que el cliente tiene de ese orden. Así, la asunción terapéutica básica mantiene que, a través de la CF, esta imagen cambiará para bien, es decir, en la dirección de aliviar tensiones y distorsiones y procurando así un efecto sanador.

LAS IDEAS DE FONDO
Si se tiene en cuenta la formación psicoanalítica de su creador, no sorprende que los supuestos básicos de la CF posean un marcado carácter psicodinámico, aunque no intrapsíquico sino colectivo, donde la colectividad está constituida por la familia, con especial referencia a los miembros precedentes. También el esquema terapéutico que maneja la CF recuerda intensamente al psicoanálisis, puesto que se trata de sacar a la luz contenidos inconscientes o no expresamente conocidos (aunque el dominio de esos contenidos sea la familia diacrónicamente considerada, y no una psique individual) y transformarlos a través de una vivencia controlada en la sesión terapéutica. Es conveniente aclarar que las ideas de fondo de la CF no han sido hasta ahora expuestas sistemáticamente, esto es, formuladas en forma de proposiciones que compongan un modelo, ni en forma de hipótesis que se pretenda verificar (de hecho, como veremos, este es el problema que primero deberían resolver sus autores).
El principal referente teórico lo constituye la obra del propio Hellinger (por ejemplo: Hellinger, 1994; Hellinger y ten Hövel, 1996), que dista de ser sistemática. Otros autores básicos (Schäfer, 1997; Ulsamer, 1999; Weber, 1999) ofrecen una panorámica completa pero más divulgativa que profesional. Se quiere decir con esto que las afirmaciones que se harán a continuación han sido deducidas libremente de la lectura de tales obras, y que no es pretensión de estas páginas llevar a cabo tal sistematización. Un excelente resumen en inglés de los conceptos básicos de Hellinger puede encontrarse en Stiefel, Harris y Zollmann (2002).
Desde un punto de vista descriptivo, la CF sostiene como idea principal que determinados hechos impactantes tienen un efecto residual en todos los miembros de la familia en la que ocurren, y que las dinámicas no resueltas que persisten tras tales hechos se transmiten a generaciones posteriores. Se trata de una herencia sutil e inconsciente de obligaciones que fueron contraídas por familiares precedentes, y que viajan a través de las generaciones formando parte del acervo cultural familiar. La asunción, también inconsciente, por parte de un miembro posterior de una tal obligación es lo que se llama un enredo (Verstrickung, que en algunos textos en castellano se ha traducido por implicación, por ejemplo Weber, 1999). El cliente paga así las consecuencias de conflictos no resueltos originados por hechos, que no vivió. Otra forma de enredo consiste en la identificación del cliente con otro familiar ya desaparecido, de forma también involuntaria sin que le sea conocido. Suele tratarse de ascendientes que sufrieron un sino especial en su vida, como el abandono, la muerte prematura, la comisión de un crimen, etcétera. Mediante esta identificación, consistente por ejemplo en asumir maneras de comportarse similares, el miembro actual reintroduce en el sistema, por así decir, al miembro anterior que en su día estuvo excluido o ausente. Ésta es la razón por la que el coordinador de las sesiones se interesa sobre todo por los acontecimientos traumáticos pasados y llama a representar especialmente a sus protagonistas.
Así se entiende que la muerte (como hemos visto, también en el vientre materno) adquiera un papel fundamental en las configuraciones, al constituir el trauma por antonomasia de la vida familiar. Veamos algunos ejemplos de enredos: (1) un embarazo no deseado que conduce a un matrimonio infeliz puede derivar en un sentimiento de culpa del hijo por la infelicidad de los padres; (2) las ideas suicidas y el comportamiento autodestructivo de un adolescente pueden entenderse como solidaridad con un hermano muerto en accidente a edad muy temprana; (3) la actitud agresiva de una mujer hacia su pareja puede ser la expresión de la ira reprimida de una ascendiente maltratada por su esposo; (4) una mujer joven incapaz de mantener relaciones amorosas estables puede estar identificándose con una antigua novia del padre, que en su día fue abandonada por él de forma injusta. Pues bien, siguiendo la lógica de la CF, es posible no sólo descubrir sino también deshacer tales enredos a través de la técnica antes expuesta. La dinámica que se desarrolla durante la representación familiar revelará los posibles enredos y otras relaciones perjudiciales mediante las sensaciones vividas por los representantes. Si dos personas están efectivamente “enredadas”, sus representantes en la configuración manifestarán ese vínculo a través de una atracción mutua. Los autores de la CF, y ésta es tal vez su tesis más arriesgada, aseguran que los puestos que ocupan los representantes poseen su propia identidad y fuerza, de manera que experimentarán durante la constelación las mismas sensaciones que las personas a las que representan. La descripción de este fenómeno y las explicaciones que para él se han propuesto son francamente insatisfactorias, como se expondrá detalladamente en el próximo apartado. Como quiera que sea, los cambios que el coordinador va introduciendo en la configuración de la familia y las frases rituales que se pronuncian al final permiten romper los enredos, diluir conexiones negativas, o aclarar actitudes respecto a otros miembros de la familia. En definitiva, la CF lograría una reconciliación con la historia familiar y con sus protagonistas. El coordinador dirige estos cambios basándose en un determinado -y como veremos, también muy controvertido- “orden” familiar, consistente en un conjunto de normas que, para bien ser, deben regir el funcionamiento de cualquier familia. Una de estas normas es la integridad: todos los miembros deben estar integrados en la familia y ser reconocidos por los demás, las exclusiones generan tensión y enredos. Otra es la tendencia a equilibrar los saldos de pérdidas y ganancias. Si alguien obtiene un beneficio perderá algo por otro lado, y si no, serán los descendientes quienes ajusten el balance. Otra se refiere al rango: los miembros anteriores tienen prioridad sobre los más jóvenes, lo que quiere decir por ejemplo que los hijos siempre deben honrar a padres y abuelos pero no necesariamente al revés, o que el hijo primogénito tiene prioridad sobre sus hermanos. Basten éstas como ilustración.
Para una exposición más completa puede acudirse a Hellinger (por ejemplo, Hellinger, 1996; Hellinger, Weber y Beaumont, 1998), o al texto traducido al castellano de Weber (1999). Resulta obvio que la CF considera el vínculo familiar y el sentimiento de pertenencia de sus miembros como la variable psicológica básica, con independencia del grado de estabilidad del vínculo que de hecho exista o de la opinión que uno tenga al respecto.
Existe una tendencia fuerte y natural a mantener un vínculo familiar saludable, sin el cual será difícil experimentar bienestar psicológico o mantener vínculos saludables con otras personas. Y la salubridad de la familia se mide en términos del orden antes mencionado, es decir, depende de la medida en que cada miembro ocupe su lugar y asuma sus responsabilidades en el sistema, y se sienta integrado y respetado en él.

LAS CRÍTICAS Eficacia de la CF
Comenzaremos por revisar la eficacia de la CF como procedimiento terapéutico, puesto que al margen de cualquier otro particular -y hay muchos discutibles en la CF cuando de una terapia se trata, y más si el cliente paga por recibirla, lo primero es constatar si realmente cumple su objetivo. Ya hemos hecho alusión a la manifiesta satisfacción que experimentan los participantes en estos seminarios, lo que sin duda explica la rapidez con que se extiende la práctica de los mismos, sólo posible gracias a una buena promoción boca-a-boca. Los libros y videocasetes de Hellinger y sus autores afines disfrutan también de una excelente salida en el mercado, a juzgar por su notable presencia en librerías no especializadas, lo que da cuenta de una vertiente casi mediática de fenómeno de las CF (véase, por ejemplo, Keupp, 2003). Pero éxito mediático no significa eficacia terapéutica, y pocos han sido hasta ahora los intentos serios de comprobarla. Bien es verdad que las propuestas terapéuticas que no surgen en el seno de un paradigma psicológico bien representado académicamente (como son el conductismo o el cognitivismo, si acaso también el psicoanálisis) suelen disponer de menos datos comparados que las avalen. El interés académico por la CF comienza ahora, con el lógico retraso respecto al interés clínico. Por eso, los estudios contrastados aún no son abundantes ni sus resultados concluyentes. El más ambicioso de ellos lo constituye la tesis doctoral de Höppner (2001), que en un diseño cuasi-experimental busca cambios en una muestra de 85 clientes tras someterse a esta terapia. Como suposición de base, Höppner mantiene que el cambio psicológico inducido por una CF se produce a través de un cambio de la imagen interna de la familia. En consonancia con esta suposición, el trabajo está diseñado para detectar cambios en ciertos parámetros cognitivos, como el concepto y aceptación de uno mismo, sentido de coherencia o locus de control. También mide el bienestar psicológico antes y después de la terapia, y encuentra mejoras significativas en un periodo de seguimiento de cuatro meses. Esta disminución del malestar es más significativa cuanto más específica, es decir, cuanto más relacionada con la demanda concreta que llevó a la participación en la CF. Un dato clínico interesante que aporta este trabajo es que aquellos clientes cuyo estado de partida es un malestar psicológico leve o mediano se benefician más de la CF que aquellos que acuden con una carga severa. En todo caso, en un estudio de estas características sería deseable un periodo de seguimiento más largo. Aparte de este trabajo (cuyos resultados no ha sido publicados hasta hoy en ninguna revista especializada), no se encuentran disponibles más datos sobre la eficacia de la técnica. Sí es posible encontrar numerosas referencias a logros en pacientes concretos, pero constituyen relatos anecdóticos que no cumplen los requisitos de lo que se entiende por un estudio de caso. Los postulados de la CF Como punto de partida, baste repetir que los postulados de la CF deberían ser formulados de forma que puedan refutarse, mientras tanto estarán saltándose el principio más básico del pensamiento científico.
La base teórica de la CF parece moverse más bien en el terreno de lo dogmático, donde el criterio verdad o falsedad reside en la autoridad de quien expone las ideas y no en su consistencia lógica o su potencia como modelo explicativo. De hecho, los conceptos enunciados por Hellinger no son discutidos ni han sido comprobados, lo cual no les resta interés pero sí validez. Algunas cuestiones serían además muy sencillas de comprobar, lo que despierta la sospecha de que el no hacerlo responde más a desinterés científico que a la falta de medios o a dificultades metodológicas. Veamos un ejemplo referido al concepto psicopatológico central de la CF: el enredo. Según éste, los fallecimientos tempranos suponen un trauma familiar tal que predisponen al sufrimiento de los que quedan con vida, sobre todo los hermanos del fallecido, y este sufrimiento tiene el sentido de seguir al hermano muerto (Hellinger y ten Hövel, 1996; Schäfer, 1997; Ulsamer, 1999).
No es difícil formular esta idea operativamente y con ánimo de comprobación: en aquellas familias en las que ha fallecido un niño, los hermanos vivos padecerán más trastornos depresivos o mostrarán más comportamientos temerarios que en las familias en las que esto no ha ocurrido. Este lenguaje brilla por su ausencia en la literatura de la CF. Antes de poder discutir con seriedad acerca del concepto de enredo, es imprescindible que hipótesis como ésta sean sometidas a prueba. La falta de comprobación resulta casi bochornosa cuando se analiza el fenómeno de la supuesta transferencia de conocimiento a los representantes en la configuración. Todo el procedimiento de la CF se basa en la convicción de que cada puesto en la constelación guarda una identidad propia y característica, y que los representantes son un medio para revelarla. Es más, Hellinger y sus autores afines afirman sin ningún reparo que esta identidad es la de la persona real a la que se está representando. En consecuencia, los representantes sienten y perciben igual que lo hacen (o hacían) los representados, que emergen y se manifiestan a través de ellos. Sobran los comentarios acerca de la envergadura de tal afirmación. Los defensores de esta idea se dan por satisfechos con confirmarla a través de sus vivencias clínicas. Por ejemplo, Ulsamer (1999), un autor con una amplia experiencia como terapeuta, explica cómo los clientes, que atienden siempre con vivísimo interés a lo que ocurre durante su constelación, raramente dan a entender que las declaraciones de los representantes sean inexactas. Esto confirmaría nada menos que el acceso de los representantes a una realidad que ha permanecido oculta a los demás (p. 99). Este generoso salto argumentativo se justifica recurriendo a un concepto llamado campo de conocimiento (knowing field) o campo morfogenético. Está tomado de la biología y fue formulado en los años ochenta por Sheldrake (1981) con la intención de dar cuenta de ciertos fenómenos observables en sistemas complejos que resultan difícilmente explicables con los modelos mecanicistas al uso. Se refiere a campos de información -que no de energía ni de materia- difíciles de constatar pero cuya existencia se infiere, que ejercen influencia sobre la forma en que se auto-organizan determinados sistemas, modificando la probabilidad de que ocurran sucesos en principio aleatorios. La propia teoría de Sheldrake es controvertida en biología, lo que no parece molestar a los autores de la CF, que la dan por sentada. En los textos es manejada, más que otra cosa, como un concepto sonoro que se deja caer según convenga, sin profundizar en su pertinencia ni justificar su aplicabilidad a contextos clínicos. Con independencia de lo (poco) acertado de estas explicaciones, el problema principal radica simplemente en que no sabemos si hay o no algo que explicar. En este punto es absolutamente necesaria una constatación empírica, objetiva y contrastada que demuestre, para empezar, si diferentes personas en los mismos puestos (o sea, representando a la misma persona) experimentan o no sensaciones parecidas. No basta con la impresión del coordinador, sujeto igual que los participantes al sesgo inherente a una sesión clínica, y que por lo demás no suele repetir constelaciones. En la literatura no existen referencias a un intento así. Mientras esto no se compruebe, sobran las explicaciones, sean de tipo místico, fenomenológico o cosmológico, como incluso sugieren Stiefel, Harris y Zollmann (2002). Hasta entonces, lo más honesto será pensar que los clientes tienden a percibir y a atender a aquellas manifestaciones de los representantes que para ellos resultan significativas, además de que la propia información disponible in situ sobre el sistema familiar pueda marcar tendencias en el sentir de quien está participando en el juego. Tal planteamiento no resta fuerza o eficacia al procedimiento, aunque tal vez sí fascinación. El orden de las familias Se ha acusado a Hellinger y a sus defensores de querer imponer a las familias las normas, que a ellos les parecen correctas. Axiomas tales como que los hijos deben honrar incondicionalmente a los padres, que bajo ningún concepto nadie debe ser excluido de una familia, que el abandono de la patria tiene consecuencias negativas (Hohnen y Ulsamer, 2001), han sido calificados de reaccionarios, encasilladores y antiemancipativos (Weber, 2003; Keupp, 2003). En efecto, lo que Hellinger llama órdenes del amor (Hellinger, 1994) supone una normativa familiar aplicable de forma universal sin necesidad de reflexión o análisis. Veamos un ejemplo. Según este conjunto de normas, un embarazo extramatrimonial implica automáticamente una nueva familia, y ésta tiene en cualquier caso preferencia sobre la anterior. Conforme a ello, viéndose uno ante tal coyuntura no cabe otra salida, si es que se desea evitar el sufrimiento a largo plazo (léase enredos), que la unión de los nuevos padres y el abandono de las familias anteriores. En este punto Hellinger se lo ha puesto muy fácil a sus críticos, pues el pretender una única solución posible, y además predeterminada, a problemas humanos tan complejos, puede ser calificado como mínimo de simpleza. Incluso se ha juzgado contraproducente la participación en las CF, por dar precisamente la espalda a la complejidad y cerrar a los clientes vías razonadas e idiosincrásicas de manejar su malestar y sus problemas (Keupp, 2003). El encuadre teórico Una última cuestión merece ser comentada por su importancia académica. Existe una tendencia cada vez más acusada por parte de los autores de la CF a clasificarla entre las terapias sistémicas, cuestión con la que no todos los sistémicos están de acuerdo (Simon y Rezter, 1998). Algunos elementos sí coinciden en ambos enfoques. El más evidente es el peso fundamental que conceden a la familia en los problemas humanos y la necesidad de tenerla en cuenta para sus soluciones. La CF defiende además una concepción ciertamente sistémica de las familias, en tanto que las entiende en función de la conexión y el equilibrio dinámico entre los componentes, de manera que un movimiento en uno de ellos tendrá efectos en todos los demás.
Las terapias sistémicas, sin embargo, no suelen interesarse por movimientos procedentes del pasado, que son en cambio la base tanto argumental como práctica de la CF. La semejanza termina aquí. De hecho, la asunción por parte de la CF del orden propuesto por Hellinger es incompatible con la epistemología sistémica, que muy al contrario parte de la idea constructivista de que existen tantas realidades posibles -ninguna más cierta ni más acertada- como personas perciban el mundo (por ejemplo, Watzlawick, 1998). Y en lo que se refiere al formato, la CF difiere notoriamente de cualquiera de las propuestas sistémicas de terapia. Entre otras cosas, en la CF no llega a existir entre terapeuta y cliente una relación psicoterapéutica en sentido estricto, razón de forma por la que algunos críticos rechazan que la CF merezca ser considerada como psicoterapia. Por lo demás, la psicología sistémica, desde que comenzara su existencia en los años 50 del pasado siglo, impulsada por las nuevas teorías de la comunicación y la cibernética -pasado que no comparte la CF- se ha mantenido siempre dentro de las reglas del juego científico, sometiendo sus postulados a discusión y refutación.

CONCLUSIONES Y VALORACIÓN
Algunas particularidades de la CF, pero sobre todo la actitud de algunos de sus autores y practicantes, hacen que su imagen pública esté teñida de un cierto esoterismo y que se le atribuyan propiedades casi mágicas. Con ello se ganan seguramente clientes con más celeridad, pero también se corre el peligro de despertar rechazo -como de hecho es el caso- en ambientes no legos, y de que sus elementos aprovechables queden diluidos en el aura de misterio. Despojarse de ese talante enigmático favorecería enormemente su justa valoración y el reconocimiento de sus logros. Como hemos visto, la corriente sistémica desmiente que la CF pueda ser catalogada entre sus terapias, aunque ambas coincidan en el acertado reconocimiento de la familia como el contexto en el que los trastornos psicológicos cobran sentido. Lo inusual de la CF es entender la función del síntoma como equilibrador de traumas pasados y vividos por otros. La utilidad clínica de esta consideración merece ser revisada, puesto que la tesis inicial de la CF es ciertamente plausible. Es indiscutible que acontecimientos negativos importantes del pasado familiar pueden tener consecuencias para los parientes venideros, incluso determinar de forma importante la organización actual del sistema familiar y el carácter de las relaciones entre sus miembros.
La CF llama la atención así sobre la conveniencia de un modelo que permita integrar eventos pasados en la comprensión de las circunstancias familiares actuales. Sin embargo, el modelo que propone la CF se cierra a sí mismo, pues se declara autosuficiente para detectar en unos pocos minutos la causa del hecho patológico (el enredo), y del mismo tirón hallarle solución (la imagen modificada de la constelación familiar). De nuevo ha surgido una propuesta con ánimo de independencia teórica dentro de lo que Pérez Álvarez (2003) llama “confusión de lenguas de la psicología clínica”, donde cada modelo psicoterapéutico ofrece una comprensión completa de lo que trata, irreconciliable con los demás enfoques, que desde el punto de vista conceptual estarían de sobra. En cuanto al edificio teórico que sustenta la CF, dos cosas serían urgentemente necesarias: su sistematización (esto es, formular sus proposiciones de forma que sean manejables), y su filtrado a través de pruebas empíricas. Es cierto que la psicología contemporánea no siempre ha respetado el principio de que las teorías deben formularse en estrecha conexión con los hechos (Wilson, 2001), de modo que esta crítica puede ser vertida también sobre otros enfoques y modelos. Pero el caso de la CF es particularmente estridente, puesto que las ideas de Hellinger presentan más bien el aspecto de una normativa a la manera de los mandamientos (tal vez influya el hecho de que viviera 25 años como religioso), talante que se manifiesta también en la falta de discusión sobre ellas. Es posible que tengan valor para la comprensión de ciertas reglas que rigen el funcionamiento de las familias, pero hasta hoy distan mucho de constituir un modelo al que atenerse en teoría, práctica o investigación. La critica especialmente dura que se ha hecho en estas páginas del concepto de los “campos de conocimiento” no tiene que ver con una actitud de defensa del positivismo, sino de la simple congruencia en los planteamientos. No se niega la existencia de una tal fuente de información, de la que los representantes podrían ser tributarios, lo que se niega es que haya pruebas de tal tributo, y lo que se critica, en consecuencia, es que se actúe como si las hubiera. La ciencia está acostumbrada a manejar fenómenos que de entrada no entiende. De hecho, ésa es su competencia. Pero lo primero de todo es constatar tales fenómenos. A partir de ese momento serán bienvenidas todas las teorías que puedan aclararlo, por rupturistas que sean con la ortodoxia. En resumen, en el futuro la CF debería presentar pruebas de sus postulados y evaluar la eficacia del procedimiento con seguimientos a medio y largo plazo. Sólo así será posible valorarla en su justa medida. La investigación futura pide saber qué alcance tienen sus beneficios y en qué casos éstos son más significativos. De momento todo parece indicar que el efecto que se genera en los clientes, aunque tal vez importante, no es duradero. En principio, y hasta que se demuestre lo contrario, hay que pensar que las soluciones a los problemas psicológicos, sin menoscabo del papel que el pasado de la familia pueda tener en ellos, están más ligadas a las circunstancias presentes, en las que la CF no introduce cambios, si acaso indirectos a través de los cambios de la imagen familiar privada del cliente. La técnica propiamente dicha es probablemente un instrumento eficaz para sacar a la luz dinámicas familiares significativas, y tal vez resulte especialmente útil para trabajar con familias con estructuras complejas. Un interesante acercamiento futuro consistiría en utilizar la información proveniente de la CF para emprender acciones o cambios en la vida real, aunque para ello sería necesario un modelo que proporcione las pautas para sugerir tales cambios, que de momento no existe. Del mismo modo, otras terapias podrían beneficiarse de la CF como un instrumento complementario destinado a revelar relaciones significativas o dinámicas familiares que puedan ser objeto de trabajo psicoterapéutico.

Yolanda Alonso* Universidad de Almería, España * Correspondencia: Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico, Universidad de Almería, 04120 Almería, España.

REFERENCIAS
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